Códice de Metz
Ms. 3307. Biblioteca Nacional de España. 814
El Códice de Metz es un manuscrito de época medieval que reúne varios textos de astronomía, astrología y cómputo eclesiástico. Es el libro más antiguo de la Biblioteca Nacional de España. Pasó por diferentes manos y lugares, empezando por la ciudad de Metz y el monasterio benedictino de Prüm. Más tarde fue confiscado cuando se encontraba en Sicilia por el Duque de Uceda; posteriormente llegó a España y acabó -tras estar un tiempo en la Real Biblioteca- en la Biblioteca Nacional de España.
Hacia el año 810, y para que fuese de utilidad en la reforma del calendario, se llevó a cabo en la escuela palatina de Aquisgrán una recopilación de cómputo en siete libros cuyo contenido más completo se refleja en los manuscritos Reg. lat. 309, de la Biblioteca Vaticana, y Nouv. acq. lat. 456, de la Nacional de París. La división en libros, según estos códices, sería así:
Libro I: Calendario. Tablas decemnovenales, etc.
Libro II: Argumentum ad annos ab initio mundi inveniendos.
Libro III: De compoto articulad.
Libro IV: De luna quota sit in kalendis mensium per decim et novem annis.
Libro V: Excerptum de astrologia.
Libro VI: De ratione untiarum, etc.
Libro VII: De natura rerum, de Beda. De mensuris et ponderibus.
La copia más antigua de esta recopilación se nos ha conservado, aunque incompleta (falta parte del primero, el sexto completo, y buena parte del séptimo), en el ms. 3307 de la Biblioteca Nacional. Este códice fue copiado quizá poco antes de mediados del siglo por orden de Drogón, obispo de Metz, en dicha sede, y es el testimonio más próximo al hoy inexistente original carolingio de la primera década del siglo.
La compilación se basa sobre todo en las obras de Beda, principalmente su De temporum ratione, el más completo tratado sobre la medida del tiempo en circulación en esa época, y en obras de sus discípulos y comentadores (como Bridferthus de Ramsey). También se hace uso del De computo de Rabano Mauro, y de alguna de las obras de Alcuino. Estos textos se repiten, con variaciones, en algunos códices, de los que citaremos por sus coincidencias con el nuestro el Reg. lat. 309, de la Biblioteca Vaticana, copiado en el siglo IX, y el Nouv. acq. lat. 456 de la Bibliothéque Nationale de París, del siglo XII, pudiendo agregar también al grupo el Vaticano lat. 645.
El Códice de Metz está realizado en minúscula carolingia, siendo uno de los primeros ejemplos de este tipo de letra que se conservan. Los encabezados y los cuadros suelen estar realizados en caligrafía uncial o mayúscula rústica, usando tintas de color rojo y verde.
Se observa una caligrafía clara con pocas ligaduras significativas ("s" y "t" en la palabra "stellas") y se muestra el característico nexo de la escritura carolina que forman las letras "e" y "t" en "Coetus", "habet" y "et". Transcripción del texto: /1 Coetus habet stellas in cauda claras .II. et a cauda /2 usque ad flexum eius .V. sub uentre .VI. fiunt XIII. (Traduc.: "Cetus tiene dos estrellas brillantes en la cola; y desde la cola hasta la curvatura de la misma cinco; debajo del vientre seis; en total trece").
La ilustración del manuscrito consta de 42 representaciones figuradas de constelaciones, distribuidas, como podemos ver, a dos o tres por página y precedidas del texto correspondiente. De las varias copias que hoy nos quedan de la compilación astronómica de Carlomagno, esta es la única que conserva la ilustración acabada, y sin duda es la que muestra no solo una mayor habilidad de ejecución sino la que nos ha conservado con más estricta fidelidad la reproducción del modelo antiguo.
Debemos tener en cuenta que estos códices de tipo científico fueron hechos con la intención de restaurar los conocimientos de la antigüedad, y que por tanto predominaba en su ejecución el ánimo de la máxima fidelidad. En la ilustración predominaba, sobre su valor estético, la pretensión de ser fiel al modelo, por lo que estas copias del siglo IX deben hoy ser vistas casi como auténticos "facsímiles" de los códices producidos en el mundo romano o helenístico; para nosotros han sido el instrumento de su perdurabilidad y por tanto el instrumento más directo para el estudio de los orígenes de las artes del libro en Occidente.
Las ilustraciones nos muestran exclusivamente las figuras simbólicas de las constelaciones, es decir, que no se pintó en ellas, como se hizo en otros códices, la colocación de las estrellas, que simplemente va indicada en el texto. Las figuras están unas veces dibujadas a pluma, con trazo firme y grueso, y otras pintadas directamente. Así, la figura humana aparece contorneada en muchas ocasiones, manteniendo un considerable sentido del volumen y la perspectiva, como en las figuras de Hércules, el Serpentario (dibujado con el cuerpo parcialmente ladeado, en original movimiento), Bootes, Virgo, los Gemelos, el Auriga, Cefeo, Casiepeia, Andrómeda, Perseo (también en notable movimiento) y el Acuario. En cambio, a partir del folio 60 la figura humana se pinta sin contornear: como en el Sagitario, Orión, Eridano o el Centauro.
Los colores se aplicaron con pincel fino, en capas delgadas y transparentes. En la figura de la Serpiente, el Cetáceo o los Peces vemos como la aplicación de capas paralelas de colores diferentes o distintos tonos de un mismo color consigue no solo dar la impresión de volumen, sino de la iridiscencia escamosa de la piel del animal. La interpretación de los animales es tan realista como no lo volverá a ser en varios siglos de historia de la pintura, y revela la más perfecta asimilación del arte antiguo y la gran habilidad en la copia. El salto del León, los caballos encabritados del Auriga, la captación casi fotográfica de la carrera de la Liebre, o la actitud de reposo del Toro, son muestras de la habilidad del autor de estos modelos para captar el movimiento o las posiciones de los animales.