Códice tro-cortesiano

Museo de América. 1250-1500

El Códice de Madrid, también llamado Tro-Cortesiano (pues una parte estaba en manos del archivero Juan de Tró y Ortolano de la Reina, y otra se supone que fue traída a España por Hernán Cortés)  es un códice maya. Consta de dos largas tiras de papel de corteza de ficus, y fue descubierto entre 1860 y 1880. Aunque cada sección se encontró en un lugar diferente, en Madrid y en Extremadura, pudo demostrarse que pertenecían a un único libro y, reunidas, se conservan ahora en el Museo de América.

Fue el abate Pierre Etienne Brasseur de Bourbourg quien, durante una visita a Madrid en 1866, encontró la parte más larga del códice en posesión del profesor de paleografía Juan de Tro y Ortolano y, de inmediato, tuvo conciencia de la importancia del documento. Posteriormente, en 1875, el Gobierno español adquirió a don José Ignacio Miró la segunda parte, más corta, que en seguida fue reconocida por el mayista francés Leon de Rosny como complementaria del fragmento anterior. El códice mide aproximadamente 6,55 metros de largo por 22,6 centímetros de altura; según la costumbre prehispánica, las tiras de corteza estaban dobladas en forma de biombo hasta formar 56 hojas. Ello lo convierte, con diferencia, en el libro maya precolombino más extenso de los que se conservan,​ frente a los 3,56 metros del Códice de Dresde y 1,43 del de París. Como era costumbre entre los mayas, cada página está ribeteada en sus cuatro lados por una gruesa línea de color rojo. En algunas de ellas aparecen también otras líneas rojas horizontales que las dividen en secciones.
La paginación, acorde con el orden de lectura fijado por los especialistas en escritura maya, comienza en el lado izquierdo del anverso del fragmento Cortesiano (páginas 1-21) y continúa con el anverso  del fragmento Troano (páginas 22-56); sigue el reverso del Troano para finalizar con el reverso del Cortesiano.

El libro no contiene información astronómica, ni tablas aritméticas o fechas basadas en el cómputo cronológico absoluto, sino principalmente almanaques adivinatorios que permitían conocer al lector los días propicios para diferentes actividades como la caza, el tejido, la agricultura o la cría de abejas, llamando la atención sobre los rituales correspondientes y las fuerzas sobrenaturales que gobiernan los ciclos. No obstante, hay páginas dedicadas a las ceremonias de fin de año y comienzos del nuevo, y otras que expresan ideas cosmológicas generales. Los jeroglíficos de las direcciones y colores del mundo se repiten insistentemente, lo que sugiere que eran muy significativos en las predicciones.

Se trata de uno de los cuatro únicos códices mayas prehispánicos que se conservan, junto con el Códice de Dresde (Biblioteca Estatal de Sajonia y de la Universidad de Dresde, Dresde), el Códice Peresiano (Biblioteca nacional de Francia, París) y el Códice Grolier (Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Ciudad de México), cuya autenticidad fue por mucho tiempo discutida,​ aunque un estudio en profundidad publicado en 2016 por un equipo de la Universidad Brown (Estados Unidos) aseguró que no solamente es auténtico, sino el más antiguo de los conservados.

 

El estilo gráfico y artístico del códice es bastante descuidado; las figuras están tratadas a menudo con impericia y apresuramiento, como si fueran fruto del trabajo de un escriba poco diestro en su profesión. Resulta, por otra parte, muy semejante al de las pinturas de los templos de Tulum y de las ciudades vecinas de la costa de Quintana Roo, lo cual puede indicar una fecha muy tardía para la elaboración del manuscrito, tal vez a finales del siglo XV. Este hecho, más la simplificación de los rasgos de algunas imágenes de divinidades y el que no se incluyan datos astronómicos y otra información de mayor profundidad intelectual, nos hace sospechar que el libro procede de un sitio de poca importancia o de una época en que se habían perdido las inquietudes y los conocimientos que son patentes en los restantes códices, muy especialmente en el de Dresde, aunque bien es cierto que el aire decadente del Tro-Cortesiano puede deberse igualmente a su propio carácter especializado, con una finalidad restringida a ciertas ocupaciones sacerdotales que no requerían más fineza en la ejecución de letras y dibujos. La finura en el dibujo y las exquisitas proporciones que ofrece el Dresde e incluso el ya no tan perfecto en disposición glífica Códice Peresiano, quedan muy lejos de la basta caligrafía del Códice de Madrid. Las ilustraciones del códice representan rituales como el sacrificio humano y la invocación a la lluvia, así como actividades cotidianas como la apicultura, la caza, la guerra y el tejido. 

 
Facsímil en Catálogo Fama
Original consultable en línea en CER.ES