Viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal
Med. Pal. 123, 1. Biblioteca Medicea Laurenziana (Florencia). 1668-1669
En la Biblioteca Laurenziana de Florencia se encuentra la magnífica colección de acuarelas de Pier María Baldi, que ilustran el relato oficial del viaje que hizo Cosme de Médicis por España, Portugal, Inglaterra y Francia.
Cosme de Médicis se había casado con Margarita Luisa de Orleáns, hija de Gastón de Francia y de Margarita de Lorena; no por amor, sino porque así lo habían juzgado conveniente, por razones políticas, el cardenal Mazarino y el abad Pedro Bonsi, residente de Toscana en París. Y ese matrimonio resultó un verdadero desastre. El carácter de la joven, se compaginaba mal con el de su piadoso y reservado marido. La oportunidad de un largo viaje, que evitara por una temporada los sinsabores de la convivencia fue sugerida por el propio padre de Cosme, el Gran Duque Fernando II. El momento era oportuno para hacer un estudio comparativo de las naciones entre las cuales parecía esconderse el futuro inmediato de Europa. Duró este segundo viaje desde septiembre de 1668 hasta octubre de 1669. Pero tampoco después de esta larga ausencia tuvo el Príncipe agradable acogida por parte de a Princesa. Tales desacuerdos, interrumpidos sólo de tiempo en tiempo por breves pausas, acabaron con la vuelta a Francia de Margarita en 1674.
Que Cosme fuera excesivamente religioso, si no tuviésemos otras pruebas, podríamos sin más demostrarlo por los textos del «Viaje». Todas las relaciones oficiales y no oficiales están de acuerdo en testimoniar que lo que más interesaba al Príncipe eran las visitas a las iglesias, a los conventos. Ya enseguida de empezar el viaje, en Liorna, Magalotti nos dice que "pasó buen espacio de tiempo en los acostumbrados ejercicios de piedad". A lo largo del viaje podemos continuamente notar ese carácter piadoso. Cosme pone un gran cuidado en oír misa todos los días; tampoco le molesta oír dos, como, por ejemplo, en Montserrat. Nunca deja de asistir a las funciones y a las procesiones particulares que se celebran en distintos lugares, coincidentes con su estancia. Y cuando la lluvia le impide salir a paseo, con mucho gusto se pasa el día en la iglesia, asistiendo a misas, sermones, completas o, sencillamente, rezando.
Sevilla.
Fué Pier María Baldi un pintor y arquitecto de escasa importancia que no dejó más que obras de segundo orden. El hecho más importante de su vida fué el haber sido llamado a participar en este viaje por media Europa formando parte del séquito principesco de Cosme de Médicis, puesto que este viaje influyó extraordinariamente en su obra. Lo curioso es que todas las relaciones parecen olvidarse de Baldi, y es él precisamente quien ha fijado el interés de la posteridad en una empresa condenada, sin el acierto de su pincel, a quedar recluidas en los anaqueles polvorientos de un archivo, o cuando más figurar en el panteón apartado de una colección de documentos inéditos. Porque si Baldi no tuvo gran acierto en las ya citadas obras, que son las que de él se conocen, es indudable que en estas láminas nos da una incomparable representación de lo que eran las tierras de Europa en el siglo XVII; y, por lo que a España se refiere, podemos decir que ha marcado una huella profunda en la historia de la representación del paisaje: es el primer extranjero que interpreta la tierra castellana.
Regla general de las ilustraciones es dedicar una a cada uno de los lugares donde la expedición se detiene para comer o dormir. Esta regla, practicada casi mecánicamente, hace que unas aldehuelas, unas ventas, disfruten en el original de una ilustración de iguales dimensiones a las que disfruta Zaragoza o Barcelona. Sólo de Madrid hay dos vistas, y esto porque el Príncipe estuvo dos veces en ella.
Los dibujos resultan siempre muy superiores al texto. Hay veces en que uno y otros parecen contrastar. Así sucede con el seco pasaje que describe Burjalajos «povera terra rovinata di un monastero di monache Benedettine di Siguena (sic) la cui abbadessa elegge dalla stessa terra un governatore» y el magnífico dibujo lleno de detalles pintorescos que lo representan. Ocurre lo mismo con Alcora. «Luego scelto dagli Alguazili, per il de sinare» es todo lo que dice el texto, lo que no puede compararse con el maravilloso y único dibujo de Baldi. Alcora se nos presenta en él como una especie de nido encajado en un espolón rocoso, de escasa altura, que avanza sobre el llano. Una iglesia miserable, hasta una docena de casas de planta baja y aspecto paupérrimo, forman la aldehuela. Por el camino, a la derecha, avanzan unas mulas cargadas, conducidas por dos arrieros. Cuatro o cinco arbolillos acentúan la adustez del paisaje.
A la pluma de Lorenzo Magalotti debemos la «Relazione ufficiale del viaggio di Cosimo III dei Medici». hay una copia caligráfica en la Biblioteca Laurenziana (Med. Pal. 123) de Florencia, acompañada de las acuarelas de Baldi. Seguramente era la personalidad más destacada del séquito del Príncipe. Por su superioridad intelectual y sus variadas aptitudes debía ser el alma de la expedición. En él se daban reunidas las más finas cualidades que podían adornar a un florentino de aquella época. Era poeta distinguido, y escribiendo en prosa sabía unir la precisión a la gracia. Sus dotes de hombre mundano y los hábitos de su nacimiento y de su continua vida en la Corte le capacitaron para desempeñar misiones diplomáticas, hasta tal punto que Cosme III lo envió de embajador en Viena, y, más tarde, lo hizo volver a Florencia para que iniciara allí a los jóvenes caballeros destinados a la carrera diplomática.