Cosmografía de Claudio Ptolomeo

Códice 1895. Biblioteca Universitaria de Valencia. s. XV

El códice de esta edición facsímil se conserva en la Biblioteca Universitaria de Valencia archivado con el número 1895 del catálogo de Gutiérrez del Caño.  Formaba parte, al parecer, de la biblioteca de Alfonso el Magnánimo en Nápoles, pasando posteriormente, junto con otros volúmenes de dicha Biblioteca, a manos de Fernando de Aragón, Duque de Calabria, quién los legó al Monasterio de San Miguel de los Reyes, de donde, al producirse la desamortización de Mendizabal, fue trasladado a su lugar actual. Si efectivamente perteneció a Alfonso V, no debe ser posterior a 1458, fecha de la muerte de este rey.
El códice contiene el texto de la traducción latina realizada por Jacopo d'Angelo (sobre la base de manuscritos bizantinos) de los ocho libros de la Geografía de Ptolomeo, cuyo título cambió d'Angelo por el de Cosmografía, la dedicatoria del traductor al papa Alejandro V y 27 mapas: un mapamundi y 26 regionales (10 de Europa, 4 de Africa y 12 de Asia). El mapa del mundo conocido en la época de Ptolomeo está trazado según la proyección cónica descrita por éste y los mapas regionales según una proyección tropezoidal.

 

J. Fischer, tras realizar un estudio comparado de los mapas del códice de Valencia con los de los otros manuscritos latinos de la misma época ha concluido que el autor de dicho códice es sin duda Donnus Nicolaus Gerrnanus. Por sus características y según el citado Fischer, este códice ocupa un lugar intermedio entre el códice de la Biblioteca Nacional de Nápoles (L15) y el códice ebneriano de la New York Public Library (L16). Así, como en el L15, faltan en el de Valencia la representación del zodíaco, pero a diferencia de aquel y como en el L16 contiene la indicación de los diferentes mapas: Prima, Secunda... Europa, o Africa o Asia Tabula. Del mismo modo que en L15 y L16, el color de las tierras es blanco y el de los mares azul oscuro. Las montañas, amarillo oscuro con rayas oscuras y los bosques verdes. Mientras que en el L15 se han diferenciado las ciudades de posición determinada astronómicamente, falta esta distinción en L16 y en el códice de Valencia.
En el cuarto mapa de Europa el curso de Albis (Elba) lo dibujó Nicolaus inicialmente según los mapas del grupo A, de modo que atravesaba el monte Melibocus. Después raspó el río en todo su recorrido y lo trazó de nuevo más al este, conforme a los mapas del grupo B. Del dibujo inicial del Albis sólo quedaron el nombre y el extremo de la desembocadura. También el Asbitur (Gius mons), que al principio se extendía hasta el río Istula lo redujo, junto con las leyendas, a menos de la mitad de su tamaño original. En L15 el curso del Elba aparece dibujado sin raspadura como en el códice de Valencia, es decir, al este del Melibocus, tal y como figuraba originalmente en el códice de Valencia.
Por estas y otras consideraciones, J. Fischer concluye que el códice de Valencia es un ejemplar de la primera recensión de Donnus Nicolaus Germanus, «el más antiguo de los manuscritos que presentan los mapas de Ptolomeo con la llamada proyección Donis. El que le sigue inmediatamente en antigüedad es el manuscrito de Nápoles, el cual difiere tan característicamente del nuestro (el de Valencia) en algunas partes, que podemos demostrar con toda certeza que no sólo el uno o el otro, sino los dos a la vez han servido de modelo para la edición de Ptolomeo de Bolonnia, que se pretende sea del año 1462, pero que es realmente del 1477»

DEDICATORIA. Jacopo d'Angelo, al Santísimo Padre Alejandro V, Sumo Pontífice

"Al pensar en los tiempos de Claudio Ptolomeo (varón alejandrino) se me ocurre que, de igual modo que en las demás cosas producidas por la naturaleza, a veces los mismos siglos, sea que por el movimiento de los astros, que envían su energía a las cosas de aquí abajo, cambia el impulso, sea que por la sazón de la tierra misma y del aire, o por ambas razones (todo lo cual, no obstante, sólo puede tener una causalidad), se produce (a veces) una fecundidad extraordinaria, así me pareció que sucedía con las mentes preclaras. Pues sabemos que en tiempo del divino Platón florecieron muchos filósofos egregios. También los tiempos de Demóstenes  trajeron muchos oradores. ¡Cuántos varones ilustres resplandecieron en el imperio del divino Augusto! Los príncipes de las sagradas Escrituras que por tales son tenidos en nuestra religión, tanto entre los griegos como entre nosotros, ¿acaso no los engendraron en un mismo tiempo los siglos como de una misma madre o de un mismo seno?

Y eso puede observarse no sólo en las enseñanzas liberales y sagradas, sino también en el arte militar y en otras disciplinas menores de escultores, pintores y otras artes que sabemos que se ha apropiado de forma particular una sola época. Y si se pueden comparar las cosas pequeñas con las grandes, ¡este mismo siglo nuestro ha brillado especialmente en nuestra ciudad de Florencia con tántos genios que han despertado el interés casi dormido por las artes liberales, con gran gloria de su parte!


Trajeron también a este Ptolomeo, el autor más docto de todos los matemáticos, los tiempos del divino Antonio, que florecieron copiosamente con otros genios ilustrísimos, cuyas obras aquel siglo consagró con la misma inmortalidad. Los hay que han hecho cosas grandes. Pero este Ptolomeo creó, inspirado por Dios, numerosas obras con las que enseñó cuidadosamente tanto la situación del orbe como todo lo demás, sin apartarse de las matemáticas. Pues él, de un modo diferente al de nuestros latinos, entre los que el segundo Plinio parece llevar la palma de los cosmógrafos, trató esta materia. Pues aunque ellos describieron el lugar habitado de todo el mundo, no puede sin embargo deducirse claramente de sus enseñanzas en qué forma puede construirse un dibujo de todo el mundo, guardando la proporción de una parte cualquiera a todo el conjunto. Además, nadie puede aprender de ellos, a no ser a grandes rasgos, cuáles o cuántas son las inclinaciones hacia las cuatro partes del cielo de las situaciones que decidiéramos señalar en una figura. Y no sólo no ponen la longitud de los lugares, partiendo de un determinado punto fijo de nuestra Tierra habitada, lo que ciertamente es un hallazgo singular, sino que ni siquiera ponen la latitud.

Tampoco ha enseñado ninguno de los nuestros que nuestro mundo habitado pueda dividirse en varios mapas, guardando la proporción con el todo. Y tampoco dice ninguno de ellos en qué forma nuestro mundo, que es esférico, pueda representarse en una superficie plana. No es que censure por eso a nuestros hombres, que han sido muy excelentes en ese tradición, sino que, encerrados en sus límites, a modo de los historiadores,  abarcaron y realizaron su materia con sumo ingenio; y tienen otras cosas que este autor Ptolomeo parece haber omitido. Pues para que aquello que él estableció con cierto ingenio divino podamos tenerlo junto con lo nuestro, he tratado de traducirlo al latín. Un trabajo efectivamente difícil, y si, como dice Mela del suyo, en modo alguno es susceptible de elocuencia, éste tanto más cuanto que transmite enseñanzas que parecen no admitir, en una materia noble, sino una manera de hablar reñida con la elegancia en la forma, sobre todo por tratar de los círculos celestes; y por ello, como las cosas más oscuras son también menos agradables, así como son, se consideran.


Por lo tanto ¡oh numen sagrado y presente, esperada salvación de nuestra religión, a quien no se ocultan los arcanos divinos ni humanos, a quien estimula la piedad humana y el premio divino para menospreciar el poderío de un mundo que te está sometido, o a quien impulsa a promover esta nuestra obra un cierto presagio celestial de tu ya inminente imperio!; para que puedas conocer con ello cuán gran autoridad sobre todo el orbe vas a conseguir pronto, me darás tu venia ¡oh pontifice!, teniendo presente en especial a Jerónimo, traductor sagrado, quien se declara admirador de Cicerón traductor, a quien llama torrente de oro, porque, a veces, al traducir, duda como quien no sabe lo que dijo Cicerón, y no cree que Cicerón lo dijera.


Por lo demás, este autor nuestro llama a toda esta obra en griego «geografía», es decir, descripción de la Tierra. Denominación que el eruditísimo varón de nuestra época Manuel Constantinopolitano, gratísimo preceptor de las letras griegas en nuestro tiempo entre nosotros, al empezar a traducir la obra a la lengua latina, aunque de forma literal, no la cambió. En cambio nosotros la hemos traducido por «cosmografía», palabra que, aunque también es griega, es tan usada entre nosotros los latinos, que la tenemos como nuestra. Y podemos creer que si ese varón hubiera enmendado su traducción, a buen seguro que la hubiera cambiado por «cosmografía». Pues si Plinio y los demás latinos, que describieron la situación de la tierra, llaman a su obra cosmografía, y ellos mismos se llaman cosmógrafos, no entiendo por qué la obra de Ptolomeo, que trata de lo mismo, no deba ser llamada por nosotros con el mismo vocablo.


Pues si responden que Ptolomeo se diferencia de nuestros cosmógrafos, como ya hemos dicho, porque lo que contiene esta obra lo toma preferentemente de las cosas celestes, entonces convienen con nosotros con tanta mayor razón, ya que con el vocablo de «cosmografía», se designa algo más que la tierra misma, que da nombre a la geografía. En griego se dice «cosmos» lo que en latín se dice «mundus», que significa en realidad la Tierra y el cielo mismo, lo cual es tratado a lo largo de toda la obra como fundamento de la materia. Por tanto, lo que los griegos llaman «geografía» en todas las obras de los cosmógrafos, parece más propio llamarlo «cosmografía», sobre todo en esta obra, a ejemplo de los nuestros. Pero, basta de esto. Escuchemos ya al mismo Ptolomeo hablando en latín".

Facsímil en Catálogo Fama
Institución que alberga el original :  Biblioteca de la Universidad de Valencia