Los doze trabajos de Hércules
Zamora : Antón de Centenera, 1483
Incunable típicamente español, en el que Antón de Centenera ofrece en sus talleres de Zamora, en 1483, la edición príncipe del célebre libro de Enrique de Villena (1384-1434), que fue primeramente redactado en catalán y traducido por el mismo. El autor, que ha pasado a la historia literaria enmarcado por una cierta atmósfera de leyenda, nos ofrece una obra de caracter simbólico, utilizando la mitología para fijar preceptos morales. Su prosa es típicamente quinientista, utilizando todos los recursos latinizantes entonces de moda. Los grabados son indudablemente de artista español, dándose el caso curioso de que siendo doce los «Trabajos de Hércules», solo once figuran en este incunable, no habiéndose reproducido el combate de los centauros.
Escrito en 1417, es un texto ambicioso y complejo en el que Enrique de Villena interpreta historias conocidas de la mitología, derivando de ellas consejos éticos, filosóficos y sociales. El libro se compone de una Carta (en la que cuenta el origen del tratado), un Prohemio (en el que da la estructura e intencionalidad del libro) y doce capítulos, cada uno de ellos dividido en cuatro partes: Historia nuda (cuenta el trabajo de Hércules tal y como lo narran los antiguos), Declaraçión (interpreta moralmente la historia), Verdad (explica la narración desde un punto de vista histórico o, al menos, lógico) y Aplicaçión (adjudica el trabajo a un estado social y deduce unos modelos de comportamiento).
En Los doce trabajos de Hércules, Enrique de Villena se nos muestra como un intelectual despierto que comprende el gusto de su sociedad por los temas que provienen del mundo clásico. Pero él aún se siente un "caballero" y se esfuerza en mostrar un Hércules experto en el arte de la caballería, que se adapta al mundo del Dios del cristianismo. Villena muestra la preocupación de muchos humanistas posteriores : acordar las doctrinas que se redescubren y que muestran un mundo pagano -pero poderosamente atractivo-, con la doctrina oficial e imperante en la Iglesia. Se trataba, en definitiva, de bautizar a Platón, a Aristóteles o a Séneca. Y Hércules, un héroe de la Antigüedad, convenientemente "bautizado" también, se convierte en modelo de virtudes para el caballero cristiano, para el labrador, el religioso y el príncipe. Es una especie de ser superior, un modelo que ofrece su autor a la sociedad del momento: Hércules, despojado ya de su arrogancia clásica, desvestido de paganismo, debidamente cubierto con los ropajes medievales, se aleja de la naturaleza divina y se convierte en perfecto caballero, paradójicamente, cuando se acerca a Dios.