[Himno Acatisto]
Ms. (R-I-19). Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial. 1425-1450
Una de las joyas bibliográficas que se exhiben en la real biblioteca del Escorial es un bello códice griego, el registrado con la signatura R. 1. 19, que encierra una colección de himnos en loor de la Virgen María, conectados con la rica liturgia de la Iglesia oriental griega ortodoxa.
Destaca entre ellos el Akathistos «Cántico de la Victoria», que ha sido comparado con el Te Deum laudamus latino. El clero y el pueblo bizantino, recordando la protección de la Virgen en la liberación del asedio de Constantinopla por los enemigos del Imperio, cantaban de pie, emocionados, el himno triunfal del Acátistos durante la noche dedicada a exaltar las glorias de la Theotocos (Madre de Dios).
Como tantos otros muchos códices, se debe su adquisición a los afanes bibliográficos del monarca español más sobresaliente en este campo, Felipe II, quien, desde el comienzo de su reinado y durante los cuarenta años que duró, no cesó en el empeño de adquirir libros para llegar a dotar a su nación de una biblioteca de tal calidad que pudiera, si no superar, sí, al menos, rivalizar con las mejores de Europa. De lo que no cabe duda es de que este rico manuscrito, por sus deslumbrantes iluminaciones y la profusión de pan de oro que lo adorna, fue ejecutado a expensas de algún importante personaje civil o eclesiástico, o por alguno de los monasterios más importantes del monte Athos para su servicio litúrgico.
La trayectoria que siguió este libro desde Grecia hasta El Escorial nos es completamente desconocida. El primer dato cierto que tenemos es que en los últimos años del siglo XVI aparece catalogado por Nicolás de la Torre con la signatura Z. 25 en un plúteo escurialense. La opinión más extendida es que procede de la biblioteca particular del rey, basándose principalmente en su característica encuadernación en tabla cubierta de brocado de seda amarilla, que responde a la colección de siete códices con semejante cubierta en seda o terciopelo rojo, violeta o amarillo, que constituye el fondo griego más primitivo del Escorial. Estos códices forman parte de una colección de manuscritos griegos que se formó en Bruselas para Felipe II hacia 1557. Para ello, el cardenal Granvela invitó a un célebre calígrafo griego, Jacobo Diassorinus, a que se trasladara de París a Bruselas para transcribir una docena de obras destinadas al monarca. Todos estos códices llevan una encuadernación semejante, en seda o terciopelo, según nuestra opinión, este códice lo consiguió Felipe II por donación o compra durante su estancia en Bruselas hacia 1557, se lo reservó en su biblioteca privada y, al fin, uno o dos años antes de su muerte, lo donó a la biblioteca del Escorial.
El códice escurialense R. I. 19 contiene una antología de himnos sagrados que constituyen en su conjunto una representación himnográfica del misterio de la Anunciación. Siete son las piezas que lo forman. La Primera obra es el himno Acátistos, con 24 estrofas precedidas de un Proemio que ocupan los ff. 1 a 32, aunque no está completo, ya que antes del año 1925 fueron arrancados los ff. 29 a 31. Esta primera pieza es la única reproducida en la edición facsímil. El manuscrito del Escorial, como ya se ha dicho, no sólo contiene el Acátistos, sino también una antología de composiciones poéticas, llamadas cánones, que forman parte de su liturgia y lo complementan: la metáfrasis del Acátistos de Manuel Files, el oficio del Acátistos, el Evangelirmós o fiesta de la Anunciación, el canon paraclético del emperador Teodoro II Láscaris, el diálogo en dos series de troparios o estrofas del patriarca Filoteo Kokkinos y, al final, un himno anacreóntico penitencial del emperador León VI el Sabio. Este conjunto de piezas poéticas servía para rellenar los tiempos intermedios de descanso en cada una de las cuatro pausas del Acátistos.
La materia de las hojas es un pergamino avitelado, un tanto basto y poco flexible. Las caras «carne» de los folios, que constituyen las partes más blancas, contrastan con las caras «pelo», que tienen un color amarillento. La tinta de la escritura es negra, menos en la letra mayúscula chi de la salutación xcizi- pe, que está en tinta de oro; este dorado lo llevan también unos puntos de adorno que se ven en casi todas las líneas del Acátistos. La encuadernación es en tafetán dorado con motivos florales y ajedrezado.
La fama que orla al códice escurialense R. I. 19 no proviene del valor de su texto ni de su elegante caligrafía, ni de otras circunstancias, como su procedencia real, sino de las bellas miniaturas de estilo bizantino que ilustran su texto, en las que se ha prodigado el pan de oro para realzar la iconografía, basada en la liturgia de la Iglesia ortodoxa de la época de los Paléologos. Con su tersura, lustre y brillo, resalta e ilumina las escenas ilustradoras del texto con el que forman una completa unidad. El artista echa mano de la simetría axial en la distribución de las imágenes. Si emplaza a dos figuras, las coloca a los lados dejando el centro vacío, aunque no coincida el centro geométrico con el centro de la imagen. También se vale de la desproporción de las figuras que no son del mismo tamaño, a fin de producir un estado de ánimo emocional y tensión dinámica.
Pero si la figura es única, entonces el iluminador la coloca en el centro geométrico y rellena el fondo con estructuras arquitectónicas, especialmente los espacios laterales, de modo que aparezcan alejadas de la imagen central, logrando así la perspectiva. Otras veces la figura que ocupa el centro geométrico aparece rodeada de personas colocadas simétricamente a sus lados; además, suele tener mayor tamaño esta figura central que las que la rodean, sin duda para realzarla ante el espectador.
Los elementos arquitectónicos junto con el paisaje, resaltan las escenas y logran dar vida y realismo. Los rostros, generalmente asimétricos, adquieren volumen mediante finas líneas blancas o verdes que los sombrean. Este realismo de la imagen no sólo se logra con los elementos ornamentales, sino también con el gesto, el ademán, la expresión del rostro , el movimiento de un pie, las manos tendidas, la inclinación graciosa de la cabeza, el fulgor que brota de una figura, el vuelo de un Manto o la actitud de un caballo. Así el artista manifiesta fuerzas emocionales y estados de ánimo, sentimientos de gozo, pasmo, ternura, veneración, sorpresa, que se reflejan con simples pinceladas en los rostros, de los que fluye un agradable encanto y la gracia infantil característicos de las imágenes medievales. Sin duda, el artista ha copiado en las ilustraciones, directa o indirectamente, un modelo bizantino: el códice de Moscú, Synodal Gr. 429.
Los motivos zoomórficos suelen ser animales como culebras, pájaros, conejos, peces o perros, con cuerpos prolongados; a veces estos animales salen de la boca de otros, como perros expulsando peces. Otro de los elementos decorativos que se encuentran sólo en el Acátistos escurialense son los adornos florales al final de estrofa, que son de pura influencia occidental y faltan en su modelo moscovita. Aquí el artista se ha apartado de la decoración bizantina y se ha inspirado en motivos de Occidente, sobre todo de la escuela boloñesa.