Primer lapidario de Alfonso X

Ms. h.I.15. Real Biblioteca de El Escorial. 1250-1300

El Lapidario es un tratado acerca de las propiedades mágicas de las piedras en relación con la astrología. El más conocido es el traducido al castellano por el rey Alfonso X el Sabio. El lapidario alfonsí (ms. h.I.15 de la Biblioteca de El Escorial), se compone de 118 hojas de texto con miniaturas, escrito a dos columnas sobre pergamino; la numeración, hecha modernamente, ha saltado una hoja en blanco que va entre los folios 100 y 101; teniéndolo en cuenta, son 119 las que forman el volumen. Existen extensas faltas de texto en dos lugares: una entre los folios 39 y 40 y otra entre 91 y 92. Nada hay que nos permita afirmar si la falta ha sido porque el copista dejó de incluir una parte o si se han perdido hojas antes de haber sido encuadernado el libro; tan sólo el hecho de que, al reanudarse el texto, aparezca alguna miniatura correspondiente al perdido, nos inclina a pensar en un probable  extravío de hojas. Sus cuatro lapidarios son independientes entre sí, aunque enlazados cada uno al anterior por alguna frase de su prólogo indicando que acaba el uno y empieza el otro. 
La letra es del siglo XIII, clara y cuidada; quizá la del cuarto lapidario se deba a mano distinta de la que trazó la de los tres anteriores. Ninguno de los cuatro tratados expresa fecha en que el escriba terminó su tarea; el primero nos da las correspondientes al hallazgo de la obra por Alfonso y al término de la traducción por él ordenada, pero no la de su copia en el códice.

En este facsimil se reproduce solamente el primer lapidario.  Se extiende desde el folio 1 al 94a.  En el prólogo da el nombre de su primer traductor conocido, Abolays, sabio musulmán de ascendencia caldea. «Este Abolays tenía un amigo que le buscaba estos libros y se los hacia tener; y entre aquellos que le buscó halló éste... Cuando Abolays halló este libro fue con él muy contento... y... trasladólo de lenguaje caldeo en arábigo». Nos dice también el prólogo que, a la muerte de Abolays, quedó la obra «como» perdida, hasta que Alfonso, siendo aún infante, la halló en Toledo, en 1243, y la obtuvo de un judío que la tenía escondida; diósela entonces a leer a otro judío, «su físico», Yehuda Mosca, para que le informase acerca del valor del libro. El informe fue favorable y Alfonso decidió que el lapidario fuese traducido al castellano por el propio Yehuda Mosca, ayudado por el clérigo Garcí Pérez; la traducción quedó terminada en 1250, dato que asimismo obtenemos del códice. Pertenece, pues, este trabajo a la primera
época de las traducciones alfonsinas (1250-1260). Su propósito es describir trescientas sesenta piedras cuyas propiedades están vinculadas a los trescientos sesenta grados del Zodiaco, treinta por cada uno de los doce signos, e influidas también por la posición en que se encuentren las estrellas que forman las constelaciones; éstas son veintiuna septentrionales y quince meridionales, las cuales, sumadas a los doce signos, componen un conjunto de cuarenta y ocho figuras. 


Las descripciones se hacen con arreglo a un orden fijo, con ligerísimas variantes. Comienzan mencionando el grado a que corresponde la piedra, el significado de su nombre y el que recibe en distintos idiomas, aunque esto no en todas. Viene después la naturaleza de las piedras, que sigue en el Lapidario la teoría aristotélica de los cuatro elementos, calor, frío, humedad y sequedad. La combinación por pares de estas propiedades daba lugar a los cuatro elementos de Aristóteles: 
calor + sequedad = fuego
humedad + calor = aire
sequedad + frío = tierra
frío + humedad = agua

De acuerdo con estas ideas, la naturaleza de las piedras se describe siempre sólo con dos cualidades, que son constantes para un signo determinado de la siguiente manera:
Signo de Aries, caliente y seca.
Signo de Tauro, fría y seca.
Signo de Géminis, caliente y húmeda.
Signo de Cáncer, fría y húmeda.
Signo de Leo, caliente y seca.
Signo de Virgo, fría y seca.
Signo de Libra, caliente y húmeda.
Signo de Escorpión, fría y húmeda.
Signo de Sagitario, caliente y seca.
Signo de Capricornio, fría y seca.
Signo de Acuario, caliente y húmeda.
Signo de Piscis, fría y húmeda.


A continuación se enumeran las cualidades físicas de las piedras y los lugares donde pueden hallarse; luego sus propiedades dañinas o aprovechables y, por último, se citan las estrellas de la constelación correspondiente que influyen en el aumento o disminución de dichas propiedades, así como su posición más adecuada para que éstas alcancen su mayor potencia.

Es decir, las piedras que pertenecen a los signos de Aries, Leo y Sagitario tienen una naturaleza caliente y seca; las que pertenecen a Tauro, Virgo y Capricornio la tienen fría y seca; las de los signos de Géminis, Libra y Acuario, la tienen caliente y húmeda, mientras que las que pertenecen a Cáncer, Escorpión y Piscis son de naturaleza fría y húmeda. Estas naturalezas son concordantes con la propia del signo. Así, Aries, Leo y Sagitario son signos ígneos; Tauro, Virgo y Capricornio son térreos; Geminis, Libra y Acuario son aéreos, y Cáncer, Escorpión y Piscis son acuáticos.

Folio 66v-67r

El primer Lapidario de Alfonso el Sabio no se puede comprender si se prescinde de la componente astrológica que lleva. No sólo las piedras que se incluyen en él están clasificadas por los signos del Zodíaco, sino que en cada signo se reúnen treinta piedras. Siendo 12 los signos zodiacales y 30 las piedras descritas para cada uno de ellos, obtenemos que la edición completa del Lapidario debía contener 360 piedras, es decir, una para cada grado del Zodíaco. Por tanto, este Lapidario es una construcción acorde con la teoría astrológica. Debido a ello, es oportuno hablar aquí de qué era esa teoría y cómo operaba.
Desde tiempo inmemorial, los observadores del cielo estrellado se dieron cuenta de que la distribución de los cuerpos celestes no era caótica, sino que, por el contrario, presentaba una estructura estable y sistematizable. Las estrellas se mostraban en conjuntos fijos cuya sucesión de aparición frente a un observador terrestre era cíclica a lo largo del tiempo y, por tanto, predecible.
El Sol, en su movimiento, seguía siempre una línea que, interpretada, era una circunferencia alrededor de la Tierra: la eclíptica. Nada más lógico que tomar esta circunferencia y el plano definido por ella como el plano básico de toda la mecánica del cielo. Sobre esta línea del espacio se observaron conjuntos de estrellas que podían ser identificadas y a las que podían darse interpretaciones mitológicas. Estos conjuntos de estrellas y su interpretación dio origen a los signos del Zodíaco. La numeración sexagesimal hizo que el círculo del Zodíaco se dividiera en doce partes y así se identificaron 12 signos. En la Tierra, el ciclo de la vida viene regido por el movimiento del Sol. Si el Sol es un cuerpo celeste y tiene tanta importancia en el mismo hecho de la vida, era lógico suponer que también las estrellas debían tener una influencia en la modulación de la vida regida por el Sol. De aquí surgió la idea de que los signos del Zodíaco y las estrellas debían influir en la vida del hombre, y por consiguiente, de las naciones. Y nació la Astrología.

Facsímil en Catálogo Fama
Original consultable en línea en la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial