Libro del caballero Zifar
Ms. espagnol 36. Bibliothèque nationale de France. 1464
El Libro del caballero Zifar (originalmente Libro del cavallero Zifar) es el primer relato de aventuras de ficción extenso de la prosa española y fue compuesto en la segunda mitad del siglo XIII. Presenta rasgos de la novela de caballerías y su autor fue, probablemente, Ferrand Martínez, clérigo de Toledo, el cual aparece en un cuento del prólogo. Se nos ha transmitido en dos manuscritos, el ms. 11.309 (Biblioteca Nacional de España) del siglo XIV, llamado códice M; y el ms. español 36 (Biblioteca Nacional de Francia) llamado códice P o manuscrito de París, de 1464.
El relato arranca como una adaptación de la vida de san Eustaquio, que se personificaba en el caballero Plácido (o Plácidas, como se le llamó en la Península) que protagonizaba una difundida leyenda hagiográfica, encarnada en el caballero Zifar, a partir de la cual se entretejen diversos materiales de carácter didáctico, épico y caballeresco. Zifar parte de una desgraciada separación familiar para reencontrarse luego elevado a la condición de rey de Mentón. Su hijo, Roboán, recibe sus enseñanzas y repite la trayectoria del padre, siendo al fin coronado emperador.
La obra entera es una lección sobre el arte de la conducta dirigida al lector. Presenta el acto de aprender, la adquisición de los hábitos y la integración en la práctica de los principios teóricos que deben regular la vida moral del hombre. Destaca el valor concedido al entendimiento, hasta el punto de convertirlo en una de las principales virtudes del héroe. El autor lo recrea como concepción pragmática de bien obrar de acuerdo con las circunstancias vitales antes que como conocimiento teórico, por lo que resalta más el «seso natural» que la «letradura», los libros, sin que esta sea desdeñada. El prototipo desarrollado responde a un caballero cuyas principales virtudes se resumen en el Prólogo y en el inicio del relato. Desde el principio la concesión gratuita de unos dones por parte de la divinidad, la «gracia», se convierte en parte de su esencia, hasta el punto de que se llamará Caballero de Dios, por lo que se asume como característica definidora del personaje y como parte fundamental en la historia narrativa de su vida. El «buen seso natural» permite al héroe adaptarse a las circunstancias de la realidad próxima, actuando
fundamentalmente con mesura y con apercibimiento, de acuerdo con unos fines pragmáticos; las cualidades de justicia, «buen consejo e buena verdad» definen sus relaciones con los demás, y corresponden a los hábitos y condiciones imprescindibles del príncipe perfecto; el esfuerzo físico y moral, aspecto sobresaliente en el prototipo, le permitirá soportar todas las pruebas, como un nuevo Job-Plácidas, y culminar con éxito los grandes hechos emprendidos. Si a esto añadimos la contención de la codicia y de la soberbia, los principales vicios, tenemos diseñado el ideal del caballero perfecto del siglo XIV desde una óptica ético-moral pragmática, en la que quedan integrados los valores religiosos, los morales y los caballerescos.
El códice se conserva en la Bibliothéque Nationale de France con la signatura Esp. 36 (olim. Supplem. fr. 3241). Antes de la reordenación definitiva que Leópold Delisle realizó en el Departamento de Manuscritos a mediados del siglo XIX, perteneció a la sección denominada «Suplemento francés», que se formó en 1820 con fondos de manuscritos franceses y de otras lenguas europeas modernas adquiridos después de la mitad del siglo XVIII.
Está escrito sobre vitela (primer folio) y papel, estriado y uniforme, de color crudo a lo largo de todo el códice. Los folios miden 400 x 260 mm aproximadamente. La caja de escritura se delimita mediante cuatro líneas con lápiz de plomo en el recto de los folios. El texto está escrito a dos columnas, el número de líneas por folios oscila entre 30 y 38. La letra es redonda o semigótica. Es posible distinguir dos manos, la primera, que abarca desde el inicio hasta el f. 121r, presenta uso más abundante de abreviaturas y aspecto muy redondeado de la letra; la segunda. del f. 121v al final, se caracteriza por la frecuencia en la utilización de consonantes dobles iniciales. El texto carece de puntuación. La conjunción copulativa se expresa generalmente mediante el signo tironiano.
La tinta para el texto ha conservado su tono oscuro. Al margen de las miniaturas y capitales, se emplea la roja y el morado en los epígrafes y calderones. Las capitales al comienzo de los capítulos son góticas iluminadas con arabescos y representación floral. Para el cuerpo de la letra se utiliza el dorado sobre una base de tinta marrón; para la decoración interior, el azul celeste y el rojo burdeos; y para el contorno de la letra, el negro. El códice posee 243 miniaturas repartidas a lo largo del texto.
La encuadernación es de piel de ternera con tintes de color de nogal sobre tapas de madera. El lomo mide 70 mm donde aparece un escudo de Napoleón I y adornos dorados que representan la flor de lis. En el tejuelo se lee «ROMAN DE CIFAR». La encuadernación fue restaurada en 1980, conservándose el lomo de la antigua, que pertenecía a la época de Napoleón y se hizo cuando el códice entró a formar parte de los fondos de la Bibliothéque Impériale.
La riqueza y abundancia de miniaturas del manuscrito parisino, al margen del contenido de la obra, lo convertirían en una joya codiciada para embellecer cualquier biblioteca. Son estas miniaturas la prueba del éxito y de la gran estima que el libro conservó durante todo el siglo XV. Su itinerario antes de llegar a la Bibliothéque du Roi no puede ser más aristocrático . El códice aparece citado por primera vez en el inventario de los manuscritos pertenecientes a Margarita de Austria en 1526. La presencia de las armas de la familia de los Croy en el códice y su procedencia belga hacen posible que este códice fuera uno de los setenta y ocho manuscritos que Charles de Croy, conde de Chimay (Bélgica) vendió en 1511 a Margarita de Austria. De esta última biblioteca pasaría a la de su sobrina María de Hungría, hermana de Carlos V, como se indica en el inventario que se realiza en 1565. A partir de este momento, aparece citado consecutivamente en los inventarios de la Biblioteca de los Duques de Borgoña, en donde puede leerse: «Le Cavalier Sifar en espaignol, couvert de cuir, escript á la main en papier, illuminé». En 1796 de Bruselas llegó a París con un gran número de manuscritos de la Biblioteca de Borgoña, pasando directamente a formar parte de los fondos de la Bibliothéque Française.
A nivel artístico y en el contexto de la miniatura castellana del momento, el Libro del caballero Zifar es un ejemplar altamente significativo, por el elevado número de ilustraciones que lo decoran, aspecto que no tiene paralelos en la ya citada tradición artística castellana ni tampoco en la de la Corona de Aragón, por estas fechas inmersa en una crisis que afectó igualmente a la ilustración del libro.
Las miniaturas aparecen enmarcadas mediante líneas paralelas creando un rectángulo, rellenándose con ocre y oro en polvo, aunque algunas carezcan de cualquier tipo de marco. Otro aspecto a destacar es la originalidad de las ilustraciones basadas directamente en el relato caballeresco, ajenas, por tanto a cualquier tradición icónica anterior. Pero no solo resulta destacable la originalidad de los temas representados y su relación con el texto que les sirve de base, sino el hecho de que en la Península Ibérica se ilustraron con parquedad códices profanos, a diferencia de lo que ocurría en Francia o el ducado de Borgoña, marco geográfico este último donde las Crónicas y relatos legendarios adquirieron connotaciones políticas de cariz reivindicativo, durante un período de tiempo perteneciente al extenso reinado de Felipe el Bueno. Salvo La Crónica Troyana (Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, ms. h.I.6.), y La Gran Conquista de Ultramar (Madrid, Bibl. Nac. ms. 1187) decorada con dos historias, desconocemos cualquier otro ejemplo inspirado en un relato caballeresco que haya sido ilustrado en Castilla.
Interviniene en su iluminación el taller más prestigioso del área Segovia-Ávila: el de Juan de Carrión, seguramente cuando ya había acreditado su valía al frente de obras de la envergadura del Breviario franciscano de la Bibliothéque Nationale de France (ms. lat. 1064) o el Libro de Horas conservado fragmentariamente entre el Kupferstichkabinett de Berlín (ms. 78 A 26) y la British Library (ms. Add. 50004), en una fecha no demasiado alejada de la ejecución de los Libros de Coro abulenses, bajo nuestro punto de vista una de las obras más logradas del grupo Carrión, no solo por las escenas de las letras capitales sino por la desbordante decoración marginal que en sí misma puede constituir un capítulo aparte.